Constelaciones familiares: cuando el síntoma nos llama
Una mirada sistémica más allá de la idea del cuerpo.
Cada ser humano es parte de su sistema familiar y depende de él para nacer, crecer y evolucionar bien.
Para vivir en armonía y salud, necesitamos que haya una coherencia entre lo que sentimos internamente y los valores que rigen en el sistema familiar y social en los que estamos.
Hay un conjunto de leyes naturales, familiares, sociales y espirituales que se pueden observar cuando trabajamos en Constelaciones Familiares, que rigen las dinámicas de funcionamiento de los sistemas humanos, Bert Hellinger los denomina “los órdenes del amor”.
1) La necesidad de pertenencia que toda persona tiene a un grupo y en primer lugar a su familia de origen, éste es el primer sistema con una dinámica propia que impregna las actitudes fundamentales de la persona.
2) El equilibrio entre el dar y el tomar, como necesidad de sentir equidad entre lo que se recibe y lo que se da.
3) El orden de jerarquía. Donde el que llega antes tiene prioridad ante el que llega después. Aquí podemos entender que los padres llegan antes que los hijos. Y el hermano mayor antes que el segundo. Cuando cada uno ocupa su rol y su posición en el sistema hay un bienestar que se percibe en el ambiente y que todos pueden sentir y hace que la relación sea armónica y de concordia.
Para el inconsciente biológico aceptar y cumplir estas leyes comporta seguridad y sentido de pertenencia al individuo y en cambio su negación e incumplimiento le genera un sentimiento de culpa y el miedo de perder la vinculación a la familia.
Cuando estas leyes no son atendidas aparecen las alarmas en forma de conflictos, cuanto mayores son las transgresiones, la manifestación de los síntomas, patologías y desarmonías serán mucho más severas, llegando a causar graves afecciones en cualquier área que esté comprometida, tanto en lo relacional, lo profesional-económico como en poder mantener una buena salud física.
Los individuos interactúan primero con su núcleo familiar, más tarde con el núcleo social, laboral, etc. así la relación dinámica que se genera entre los diferentes sistemas los nutre en un intercambio que asegura la supervivencia.
Cuando un síntoma de dolor o conflicto se manifiesta, tanto en un individuo, como en una organización, lo más sabio es tomar la alarma cómo un aviso que nos informa de que hay algo que no está en orden dentro del sistema y que grita para ser visto, amado y reconciliado, darle un buen lugar y honrar su origen permitirá recuperar el orden perdido y con ello regresar a la armonía que aporta paz.
A través de las Constelaciones no se excluye al enemigo, se le convierte en aliado, para buscar e identificar las causas que desde el sistema que lo contiene (familiar, laboral o social.….) están dificultando el libre fluir de la energía del amor que es la que nos da la vida y la que la organiza de forma armónica.
El síntoma o el conflicto sólo es el mensajero y a él le preguntamos cuál es su origen, donde se encuentra la dificultad, qué nos quiere decir, dónde hemos de observar, quién fue excluido con anterioridad, dónde se inició el desequilibrio entre el dar y el tomar, dónde no se respetó el orden, quien sufrió consecuencias graves por daños no resueltos en el grupo.
A partir de ahí y en la medida que el propio sistema lo permita, se restaura el orden perdido, facilitando a la persona comprometida, a su familia de origen, antepasados y generaciones venideras, a vivir en mayor armonía, paz y amor. Una vez cumplida su misión, el “enemigo” se disuelve en forma pacífica sin dejar daños colaterales o efectos secundarios. La base de la vida es la inclusión, cuando alguien se siente excluido sufre la soledad que va en contra de esa unidad que en lo más profundo de su ser está percibiendo.
Claro está que hemos de aprender a vivir nuestra individualidad, nuestra SOL-EDAD como ese reconocimiento interior del TODO en el yo, pero cuando en la familia existen injusticias, exclusiones, secretos, etc., cada individuo que la integra va a dar un síntoma siente el dolor impreso en el sistema y, aunque de forma inconsciente, no consigue encontrar la paz hasta que la justicia y el reconocimiento a la pertenencia restablecen nuevamente el orden perdido.
Ver más allá de las apariencias, dejar de juzgar por lo evidentemente conocido y dejarse penetrar por la conciencia de totalidad, eso que está más allá de la razón y nos conecta con lo sagrado que nos hace partícipes del concierto de la vida en la que cada uno tiene una función, encontrar y hacer sonar su nota, aquella que unida a las otras notas, creará la mejor de las sinfonías, es la misión.
La mayor dificultad que tenemos como seres humanos es que la conciencia material es decir, la mente en la materia, se formó bajo la presión de las dificultades, obstáculos, sufrimientos y luchas de nuestros ancestros. Fue por así decirlo elaborada por esas cosas y eso le ha dejado una huella de pesimismo y de derrotismo que es ciertamente el mayor obstáculo para sanar.
La sustancia física, ha sido tan maltratada que le es muy difícil creer que las cosas puedan ser de otra manera.
Si somos una especie en evolución que ya una vez pasamos de anfibio a primate de mono a humano. ¿Quién nos dice que no seguimos evolucionando y nuestra próxima etapa sea pasar a otro estado de conciencia más evolucionado?
La conciencia puede tomar ahora las riendas y hacerse responsable del propio destino y así sin prisa pero sin pausa avanzar hasta llegar a la supresión total de todas las consecuencias, pasadas y futuras.
Así las enfermedades como las dificultades son formas de compensación que nos unen a los destinos difíciles de nuestros antepasados, podríamos decir que es una forma de amor y reconciliación es como decir yo, por amor, estoy mirando aquello que te fue negado.
Aunque ésta es una forma de amor infantil que nos condena y enferma, es como el hijo que ante la desvalorización de su padre por parte de la madre y tal vez por la abuela y bisabuela hacia lo masculino, no lo soporta y ante la dificultad de vivir en la disminución de él como hombre se refugia en las drogas.
O cuando por amor, alguien sigue hacia la muerte a un hermano que murió bebé o enloquece a causa de un abuelo que murió asesinado. Cada síntoma tiene una causa que está por resolver, si dejamos de arremeter contra él y lo escuchamos, éste nos indicará el camino de la reconciliación y la paz.
Así la crisis, la depresión, la pobreza, la enfermedad, la agresividad, la incapacidad, etc. son síntomas que deben ser mirados desde el patrón energético que los está configurando, al modificar el patrón, los síntomas se disuelven como la nieve al sol.
Cuando la suficiente cantidad de seres humanos comience a sanar en su interior las heridas de exclusión, los órdenes del amor, el nuevo orden mundial de paz se podrá manifestar en todo el planeta y entonces podremos decir que la enfermedad, al mirar su origen, nos sanó.
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María Martínez Calderón: consteladora familiar y terapeuta
Libro “Manual para aprender a amar(te) que hará que otros te amen”
Documental de Constelaciones familiares